La opresion y la destrucción se reflejan bien en su capital. Antaño ciudad de esplendores, de legendaria belleza, La Habana es hoy una ciudad bombardeada. Lo que va quedando de sus hermosos edificios es presa de los estragos del tiempo, de los derrumbes, de la falta de mantenimiento, pero sobre todo de la indolencia de sus gobernantes, quienes la abandonaron, primero, a la convicción revolucionaria, y luego, a la mera supervivencia en el poder. Estos estragos también los viven a diario los cubanos, sobre todo las mujeres y los jóvenes, a merced de los apetitos de los turistas. Si bien en los últimos tiempos la prostitución en Cuba es un tema tan ampliamente descrito como silenciado por los compañeros de ruta de la revolución –entre ellos, las feministas– el sistema de hospedajes particulares ha hecho ingresar a las casas y al interior de las familias a la profesión más antigua del mundo, donde los turistas llevan a cabo, al costado de las habitaciones de padres, hermanos e hijas, acciones que serían penadas legal y socialmente en sus propios países. De esta manera, en tanto se sientan marxistas exóticos o guerrilleros de caricatura –la idea es fumar un puro y sentirse como el Che Guevara– los turistas son, en su gran mayoría, absolutamente indiferentes a la trágica suerte de este pueblo.
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